UNA HUERTA DE ACUARELAS
En la puerta de mi casa crece una higuera.
Cada año, cuando sus frutos maduran, recuerdo que todo tiene su tiempo: el de germinar, florecer y dar fruto.
De esa idea nace esta colección, inspirada en los ciclos de la naturaleza y en la paciencia de las manos que trabajan la materia.
Cada pieza está hecha a mano en latón y plata, pintada con óxidos naturales, esmaltes y pigmentos que revelan los tonos del campo mediterráneo: verdes, ocres, dorados, el violeta dulce de los higos.
Estas joyas orgánicas son amuletos de abundancia y de cambio.
Llevan la huella del taller y el pulso de la isla, como si la tierra misma se transformara en metal.
Son piezas únicas, imperfectamente vivas, pensadas para acompañar tu propio ritmo de cosecha.
JOYAS de frutas y verduras HECHAS A MANO EN FORMENTERA - MARIA ROSUA
COSECHA. INSPIRACION QUE NACE DESDE LA TIERRA
Lo que nos nutre nace de la tierra. Nos alimenta, nos enseña el cuidado y nos recuerda que somos parte de un ciclo mayor. Por eso mi colección de joyas Cosecha es un homenaje a la Pachamama, en la cosmovisión andina, la Pachamama no es solo el suelo fértil que nos da alimento, sino un ser vivo que respira, siente y al que se honra con ofrendas. Cada joya es un recordatorio de nuestra relación con la naturaleza, de que lo que nos sostiene no se compra ni se produce en serie, sino que nace de la tierra. La primera joya de esta colección nació durante la gestación de mi hijo. En plena pandemia vivíamos en Formentera, en la zona de La Mola, uno de los lugares más alejados de la isla. Nuestra casita-taller estaba al borde de un acantilado donde casi no había vecinos y la inmensidad del mar nos abrazaba cada día. El aislamiento, que en otros lugares se vivía con encierro, para nosotros fue aire libre, huerta casera y caminatas diarias. Entre la incertidumbre global y la distancia de la familia, Caetano crecía en mi panza y nosotros aprendíamos a vivir de otra manera: más lenta, más atenta a lo pequeño. En la puerta de la casita había una higuera pequeña y viejita, que daba unas brevas deliciosas, de un color morado casi negro. Ese higo fue la primera semilla de esta colección de joyas inspiradas en frutas y verduras. El higo es un fruto cargado de misterio. Para mí fue también un refugio en días inciertos: la dulzura inesperada que ofrece un árbol que apenas sobrevive entre las piedras. Así nació el primer pendiente de higo, pintado a mano sobre metal, grande, llamativo, como una declaración de abundancia en tiempos de escasez. Fue la primera colección donde empecé a experimentar con pigmentos y a desarrollar la técnica que hoy utilizo. Una amiga me regaló unos colores increíbles que había traído de la India y, después de cinco años, aún conservo un poco. Mis higos siguen naciendo de esos pigmentos, como si cada joya llevara una pizca de viaje lejano. Es curioso cómo se puede tener cariño por un color, pero estoy segura de que el día que se termine sentiré que se cierra un ciclo: los higos seguirán naciendo, pero con otros tonos, como la vida misma. Después vinieron más piezas, como si la colección creciera junto con mi hijo. Él devoraba las alcachofas con gusto, y yo traducía esas formas vegetales en metal texturado y colores intensos. Alcachofas transformadas en pendientes divertidos, que hoy en día, cuando llevo a los mercados, generan sonrisas y complicidad. Son piezas que despiertan conversación, que rompen el hielo con humor. En nuestras caminatas por la isla también aparecían los viñedos cargados de uvas, los granados brillantes y los olivos antiguos que resisten al viento. Todo eso entró a mi taller y se transformó en joya. Las uvas, convertidas en collares y pendientes, son un canto a la celebración. Desde la mitología griega se asocian a Dionisio y al vino, al goce compartido, a la mesa llena. Una joya de uvas es un racimo de fiesta para llevar en el cuerpo, un amuleto para los amantes del vino y de los brindis que se repiten una y otra vez. La granada siempre me fascinó. Abrirla es descubrir un mundo de semillas rojas, como pequeños rubíes escondidos. En la antigüedad fue símbolo de vida y fertilidad, y también del misterio de Perséfone en el inframundo. Como joya, la granada se convierte en un recordatorio de lo múltiple, de lo que late en secreto y se abre de golpe con fuerza. El olivo, por su parte, es raíz mediterránea. Árbol de paz, de longevidad y de sabiduría, cuyas ramas han acompañado coronas, rituales y pactos. Transformado en brazaletes y pendientes, se convierte en un gesto de calma y de arraigo, un recordatorio de que estamos siempre vinculados a la tierra y al tiempo. Entre mis recuerdos de infancia aparecen los limones y las mandarinas. Los limones, con su frescura ácida, siempre me parecieron rayos de sol convertidos en fruta. Las mandarinas me llevan a los inviernos luminosos, al jugo en las manos, a las meriendas sencillas en la escuela, donde pelar una mandarina y compartir los gajos es casi un ritual de amistad. Como joyas, ambas frutas brillan con colores vibrantes, piezas grandes que transmiten vitalidad y alegría cotidiana. Las peras, en cambio, me conectan con mi tía, que las preparaba al horno con vino tinto. Ese plato cálido es ahora un anillo o un pendiente que guarda la memoria de la cocina compartida, de la ternura familiar. En la tradición artística, la pera ha sido símbolo de lo femenino, de la dulzura y la abundancia. Transformada en joya, es una pieza que habla de intimidad y cuidado. Nuestras sandías nacieron como joya solidaria, para recaudar fondos para una causa que creemos justa. Fue nuestra manera de acompañar al pueblo palestino desde el arte, sumándonos a tantas voces que resisten desde diferentes trincheras. La sandía, con sus colores rojo, verde y negro, se transformó en símbolo de apoyo y esperanza. Nunca pensé que una fruta tan veraniega podría convertirse en emblema político, pero así fue: las sandías solidarias viajaron en los cuerpos de quienes decidieron usarlas como gesto de resistencia. No podía faltar el ajo, ese amuleto popular contra males y envidias, protector ancestral. En los mercados campesinos, en los hogares rurales, el ajo siempre estuvo presente no solo en la cocina, sino colgado como defensa simbólica. En mi colección, el ajo se transforma en joya cargada de fuerza, un pequeño talismán hecho a mano que recuerda la sabiduría de lo cotidiano. Y bajo la tierra, como un secreto, aparece la remolacha, con su color intenso que tiñe manos y memorias. Representa lo subterráneo, lo que no se ve a simple vista. Una joya de remolacha es raíz y misterio, lo oculto que de pronto se revela con potencia. En todas estas piezas hay un juego constante con el tamaño. Me gusta diseñar joyas grandes y llamativas, donde el metal se convierte en lienzo y recibe forma, textura y color. Pinto cada pieza con esmaltes, acrílicos o acuarelas, buscando que la intensidad del color dé vida a la joya, como si aún guardara el jugo de la fruta o la savia de la planta. La Colección Cosecha está en movimiento permanente. Siempre empiezo con pendientes, pero poco a poco van apareciendo collares, brazaletes y anillos que acompañan y completan cada universo. No son piezas de moda pasajera, sino parte de una joyería contemporánea artesanal que respeta los tiempos del hacer y propone un vínculo afectivo con cada objeto. Cada joya está hecha a mano en mi taller, con dedicación y lentitud, bajo una filosofía de slow fashion. Son piezas únicas, que podemos personalizar para que cuenten también tu historia. Tal vez en tu casa la higuera daba frutos verdes en vez de morados, o tu vino favorito es el blanco en lugar del tinto. Escribinos y lo hacemos posible: cada joya puede llevar detalles que la hagan aún más especial. Nuestros tiempos de producción son lentos porque cada pieza requiere trabajo artesanal. Contamos con un stock limitado, pero la mayoría de las joyas se realizan a pedido y a medida. Si tenés alguna prisa amorosa, podés avisarnos e intentaremos hacer lo posible para acompañarte en ese momento especial. La Colección Cosecha no es solo un conjunto de pendientes, collares y anillos. Es una invitación a llevar en el cuerpo la abundancia de la tierra, a recordar que detrás de cada fruta hay una historia cultural, un símbolo y una memoria. Es un homenaje a lo cotidiano que se vuelve extraordinario cuando lo transformamos en joya.